Un ápice de libertad
- Renata de las Heras
- 28 may 2018
- 3 Min. de lectura

Aquella mañana podría haber sido como tantas otras que habitaban en su memoria, pero una extraña opacidad se había pegado a su cara impidiéndole ver normalmente. Levantó la cabeza que notó anormalmente ligera y pequeña. Al aproximarse más a la cáscara blanquecina el pico cayó sobre esta resquebrajándola.
Sorprendida bizqueó intentando mirarse la protuberancia curvada, grande y poderosa que sin apenas esfuerzo había abierto una pequeña fisura en su protección calcárea. Ladeó la cabeza de forma involuntaria, el poderoso pico caía sobre la cáscara abriendo oquedades, dejando pasar la luz de un amanecer brillante y poderoso que le alentaba a desperezarse y salir.
Daniela ya había tenido otra vez sueños parecidos que en la profundidad de la noche la desconcertaban haciéndole despertar en un grito ahogado, casi un quejido que apenas le permitía respirar. Esta vez el sueño era tan real que podía sentir el regusto a calcio en la boca. Después de cada picotazo, tenía que escupir las diminutas lascas de cáscara que le quedaban en la lengua.
¡Vaya! – se dijo casi en un susurro- el sol se esconderá para cuando haya acabado de romper este envoltorio que me tiene presa y entumecida. ¿No sería mejor que estirase, brazos y piernas para recuperar el flujo sanguíneo? Parece como si la sangre se me hubiera retirado de las extremidades.
Daniela intentó desperezarse y en el intento de abrir los brazos desplegó dos magníficas alas marrones, cada pluma rematada en color blanco tropezaba con el cascarón. Las patas emplumadas acababan en dos potentes garras que al estirarse rompieron en mil pedazos el huevo que le aprisionaba.
Una explosión de luz inundó la habitación hasta entonces vista a través del huevo translucido. Las alas se desplegaron torpemente e intentó alcanzar el móvil que ahora sonaba y bailaba como cada mañana al ritmo del soniquete del despertador. En vano intentó hacer que las plumas de sus alas le obedecieran como antaño los dedos de sus manos.
Sin apenas esfuerzo, sorprendida de su propia ligereza batió sus potentes alas y se elevó unos centímetros de la cama. No había asombro ni extrañeza era natural como el astro que se asomaba con firmeza por el oeste llamándole en la distancia.
La insistencia del sonido del móvil era más clara que de costumbre, el oído fino alcanzaba a distinguir los sonidos de las otras habitaciones. El despertar de la casa hoy no parecía amortiguado por las paredes. Percibía claramente la fruición desesperada de su hijo con el chupete y ya intuía que iba a empezar a lloriquear reclamando la primera toma del día. Al fondo de la casa la ducha repiqueteaba y le recordaba que una vez más su marido se había adelantado y tendría el tiempo justo de arreglarse para ir al trabajo.
De nuevo batió las alas esta vez con más fuerza y levantando un remolino de aire a su alrededor atrapó con precisión el móvil que con la fuerza de sus garras quedó estrangulado sonando agónico una última vez. El llanto del bebé comenzó como era de esperar. Tenía que salir en busca de alimento que darle. La puerta de la habitación cerrada, la ventana cerrada. Su cabeza pequeña se movió con precisión y ahora el pico parecía estar en perfecto equilibrio, se observó en el espejo. Amarillos y astutos los ojos le devolvieron la mirada.
La ventana, su objetivo prioritario, el llanto in crescendo. Se elevó de nuevo y con cada batir de las alas tomaba consciencia de su fuerza. A la altura de la ventana se precipitó con destreza hasta la manivela para atraparla firmemente y se elevó con cierta inclinación para abrirla sin esfuerzo. La hoja se abrió suavemente y una brisa ligera de primavera inundó la habitación. Apoyada en el alfeizar giró la cabeza, miró atrás. - ¡Ya voy hijo, enseguida está el desayuno! -, un chillido salió de su pico.
Sus palabras hasta ahora claras y dulces se convirtieron en gritos, chillidos cortos y continuados. Sacudió la cabeza de izquierda a derecha y el plumaje del cuello brilló dorado al sol. Los ojos redondos fijaron el objetivo, en el parque próximo frente a la casa vio una paloma blanca distraída picoteando unas migas junto a un banco. Daniela levantó el vuelo, liberó la mente y describiendo círculos se fue en pos de su presa sin mirar atrás.
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